Siempre he visto una mesa como un objeto tan simple y sencillo que nunca entendía por qué mi mamá se sobre-emocionaba al ver catálogos y revistas buscando su mesa de comedor perfecta para la casa: Circular, rectangular, ovalada, de vidrio, de metal, de madera, expansible y tantas cosas más que parecían caprichos de mamá. Para mí una mesa perfecta tenía que ser rectangular y cumplir su función en casa, el material podría variar pero no era cosa del otro mundo ¿para qué más fururú? Pero tuve que aprender la importancia de una mesa cuando viajé por unos meses a Estados Unidos, uno de los países mas desarrollados y potencia mundial (dicen), que por cierto lo más "desarrollado" y "potente" que encontré fueron electrodomésticos y máquinas de café.
Al inicio, todo estaba bien, pero luego sentí el golpe. Las mesas de comedor paraban vacías, en una u otra casa era lo mismo. El ritmo de vida en Estados Unidos había acabado con los momentos en familia, ni un domingo se salvaba, el trabajo absorbía el tiempo de todos y solo quedaban lapsos que se usaban para recuperar energías durmiendo largas horas, aquello se hizo costumbre y al tiempo libre lo llenaron de conversaciones tontas y se volvieron extraños viviendo con otros extraños. El país que se jactaba por su gran evolución, ahora era víctima de un retroceso en su sociedad. El golpe fue duro, extrañé a gritos mis fines de semana familiares donde la mesa se ofendía si es que estaba vacía, donde la importancia de una mesa linda adquiría significado; ya no eran los caprichos de mamá, sino que iba más allá de una simple superficialidad. Una mesa redonda, ovalada o expansible era razonable ante una reunión familiar. "Mientras la mesa sea circular, mas unidos estaremos" decía mi mamá evocando sus clases de feng shui, y siempre fue así.
Esos meses lejos de casa, extrañé cada detalle de la nueva mesa que mis papás habían comprado, cómo mi mamá la decoraba con flores cada fin de semana y la vestía de manteles frescos. Esos meses le dí el valor que se merecía a un objeto que siempre simbolizó la unión familiar.
Al inicio, todo estaba bien, pero luego sentí el golpe. Las mesas de comedor paraban vacías, en una u otra casa era lo mismo. El ritmo de vida en Estados Unidos había acabado con los momentos en familia, ni un domingo se salvaba, el trabajo absorbía el tiempo de todos y solo quedaban lapsos que se usaban para recuperar energías durmiendo largas horas, aquello se hizo costumbre y al tiempo libre lo llenaron de conversaciones tontas y se volvieron extraños viviendo con otros extraños. El país que se jactaba por su gran evolución, ahora era víctima de un retroceso en su sociedad. El golpe fue duro, extrañé a gritos mis fines de semana familiares donde la mesa se ofendía si es que estaba vacía, donde la importancia de una mesa linda adquiría significado; ya no eran los caprichos de mamá, sino que iba más allá de una simple superficialidad. Una mesa redonda, ovalada o expansible era razonable ante una reunión familiar. "Mientras la mesa sea circular, mas unidos estaremos" decía mi mamá evocando sus clases de feng shui, y siempre fue así.
Esos meses lejos de casa, extrañé cada detalle de la nueva mesa que mis papás habían comprado, cómo mi mamá la decoraba con flores cada fin de semana y la vestía de manteles frescos. Esos meses le dí el valor que se merecía a un objeto que siempre simbolizó la unión familiar.